Antología


Clínica negra

I

Sala de un hospital amplia y sombría,

El Doctor ordenaba con imperio,

Y de una úlcera al ver la rebeldía

Al practicante le pidió el cauterio.

Enrojecido lo acercó al paciente

Sin preocuparse de su suerte aciaga,

El miserable se agitó imponente,

Lanzó un rugido y se extirpó la llaga.


II


Los que cumplís la terrenal condena

De ser mirados con escarnio y mofa,

Si halláis á vuestro paso la gangrena

Sangrienta y ruda formulad la estrofa

Como el Doctor, sin escuchar el grito

De rebelión y de dolor que estalla,

Quemad con vuestros cantos al maldito

Aunque ruja y blasfemie la canalla!


El número 339

I


Estudiando una vez histología

Del anfiteatro en el salón desierto,

Una historia encontré, grave y sombría

En la substancia cerebral de un muerto.

¿Cómo la descifré? yo la atribuyo

A la extraña aberración del microscopio;

Dejo al lector con el criterio suyo,

La someto á su juicio y se la copio.


II


    “Sabes el nombre que sin pompa y gala

Usé muy poco en mi existencia breve,

Tanto, que me llamaban en tu sala

El número trescientos treinta y nueve.”

“Mi profesión, mi edad, mi patria hermosa,

Todo lo viste en el papel estrecho

Que colocó la Hermana cuidadosa

Bajo el número negro de mi lecho.”

“Me llevó al hospital la dura suerte

Que en ser adverso al infeliz se aferra;

No lo creerás, pero encontré la muerte

Por enfermarme en extranjera tierra.”

“Por orden del Doctor me examinaste

Con esa falsa gravedad que ensayas,

Y en tu libro de errores anotaste

La enfermedad que en mi cerebro no hallas.”

“Lo recuerdo muy bien: no hubo ninguno

Que no inquiriese por mis males fieros,

Y ante mí desfilaron uno a uno

Con orden singular tus compañeros.”

“Fue en verdad, el Doctor muy bondadoso

Cuando hablaba de mí por vez primera:

―Es un caso, Señores, muy curioso

Que estudiarán cuando el enfermo muera.”

“El diagnóstico es fácil... la necropsia

Dirá después cuanto explicar me resta;

Jamás me canso de elogiar la autopsia

Por los grandes servicios que nos presta.”

― “En la substancia gris, al microscopio

Esto y aquello encontrarán ustedes...

Y de lógica haciendo extenso acopio

Habló el Doctor de lo que hallar no puedes.”

“Después mi extraño mal fue más complejo

Más implacable y fiero cada día

Hasta que vino al fin con su cortejo

De tremendos dolores la agonía…”

“En ese instante en que la vida siente

Que su organismo á disgregarse empieza,

Por mi familia y por mi patria ausente

Una lágrima tuve de tristeza.”

“Llorar así por los que más me hicieron

Llevaderas del mundo las espinas,

Fue el postrer pensamiento que tuvieron

Estas células muertas que examinas.”

“¡Mi postrer pensamiento!... Me propuse

Decir verdad y sin querer te engaño;

¡Mi postrer pensamiento lo traduce

Sólo un ser que me adora y no un extraño!”

“¡Cuántos adioses por doquier miraran

De mis últimas noches intranquilas,

Si á ese ocular obscuro se acercaran

De una hermosa que adoro las pupilas!”

“Aquel largo estertor de agonizante

Hubiera sido pasajero y breve

Si ella hubiera podido en ese instante

Cerrar mis ojos con su mano leve.”

“Ah! cuando tuve esa ilusión que alegra

Como rayo de sol tras noche obscura,

Vi dibujarse como mancha negra

La silueta fatídica del cura!”

No recuerdo que dijo: solamente

Perdidos ecos de su voz cristiana

Llegaban hasta mí confusamente

Con el ora pro nobis de la hermana.”

“Como ave prisionera en el vacío

Que al asfixiarse con horror se agita,

Así mi ser se estremeció de frío

Al sentirse rociar de agua bendita.”

“Con galvánicas fuerzas combatieron

Todos mis nervios por la vida hermosa,

Y al concluirse esa lucha, me trajeron

De esta sala anatómica á la losa.”

“Después rompiste sin temor mis sienes

Porque sabes muy bien que mis dolores

Se acabaron por fin... ¡y aquí me tienes

Trasladado á estos mundos inferiores!”

“Aquí me tienes con la extraña marca

De este nuevo organismo que me apropio,

Tan pequeño, que á veces no me abarca

En su campo visual el microscopio.”

“¡Que si pienso en mi amada! Me sorprende

Tu pregunta tan llena de miseria,

¿No sabes tú que por amor se entiende

Esa eterna atracción de la materia?”

“¿No sabes que dos gotas de rocío

Si se funden en una es porque se aman,

Que hasta en el seno del sepulcro frío

Los átomos se buscan y se llaman?”

“Y ella al fin morirá... cortos instantes

Dura en el mundo la existencia breve,

Y se unirá á las células errantes

Del número trecientos treinta y nueve!”


III


    Dejo al lector con el criterio suyo

Al concluir esta historia que le copio:

Yo de mí sé decir que la atribuyo

A extraña aberración del microscopio


El ángel de la guarda

A mi madre


I


A pesar de los años transcurridos,

de mi tranquila infancia

guardo un recuerdo arrullador y hermoso

en lo íntimo de mi alma.

Es una vieja historia de otros días

de ternura y de lágrimas

que repito mis horas de tristeza

como santa plegaria;

es de una edad lejana que no vuelve

reminiscencias vaga,

que nunca olvidaré porque la llevo

hondamente grabada

en lo más escondido de mi pecho,

en lo íntimo de mi alma.


II


Una noche invernal y tempestuosa,

oscura y destemplada,

silencioso escuché junto a la lumbre

que en el hogar brillaba

el trueno amortiguado que rujía

detrás de las montañas;

silbaba el huracán con furia intensa

y sus perdidas ráfagas

azotaban sin tregua ni descanso

las puertas y ventanas;

la luz de los relámpagos rompía

con su trémula llama

aquella densa oscuridad del cielo,

del bosque la montaña;

desgajados los árboles gemían

y los perros aullaban,

y esa vez tuve miedo y sentí frío…

frío intenso en el alma!

Creí que los espíritus nocturnos

á la tierra bajaban,

en medio de las sombras de la noche

miré sus formas vagas,

sentí sobre mi frente el soplo helado

de sus inmensas alas

y confundí sus gritos con los ecos

del viento que silbaba.

Yo, con la fe del corazón del niño

que invoca á quien lo ampara,

aquella noche de mortal pavura

busqué á mi madre santa

y oculté mi cabeza en su regazo

conteniendo mis lágrimas.

Duerme! me dijo cariñosa y dulce,

duerme, niño de mi alma,

no temas al rumor de la tormenta

ni el huracán que estalla,

que cuidándote está sobre la tierra

el ángel de tu guarda;

de la vida en el viaje solitario

te cubre con sus alas

y el amor con que vela en tu camino

jamás, jamás se acaba!

Así dijo la madre de mi vida

único ser que me ama,

murmuró sonriendo en mis oídos

una oración cristiana

y sentí que mis ojos soñolientos

al cabo se cerraban,

que me besó en la frente y que me dijo:

duérmete, hasta mañana!


III


Desde entonces conservo con cariño

en lo íntimo de mi alma

ese recuerdo arrullador y hermoso

de aquella edad lejana.

Cuando la tempestad en mi camino

ruje desenfrenada

y el huracán atronador e inmenso

con furia se desata,

cuando lloro en mis horas de infortunio

tan negras y tan largas

y recuerdo que llevo solamente

tristezas en el alma,

entonces pienso en el hogar que ocultan

las azules montañas,

en el caliente nido donde habita

mi madre buena y santa,

y resuena otra vez en mi memoria

la bendita plegaria

de la noche invernal que nunca olvido

oscura y destemplada.

Duerme! murmura cariñosa y dulce,

duerme, niño de mi alma,

que cuidándote está sobre la tierra

el ángel de tu guarda;

de la vida en el viaje solitario

te cubre con sus alas

y el amor con que vela en tu camino,

jamás, jamás se acaba.


A mis hermanos


Caros amigos míos,

heme de vuelta ya

vacilante y enfermo

de oculto y hondo mal

cruzando los dinteles

de vuestro santo hogar.

Abridme vuestros brazos,

dadme calor y pan

y aquí, junto á la lumbre,

dejadme descansar.

Miradme... soy el mismo

que tanto, tanto amáis,

el mismo pobre hermano

de aquella hermosa edad

que cerca de vosotros

aprendió á balbucear

las palabras unciosas

del labio maternal.

Yo soy el que otras veces

(ha mucho tiempo ya)

jugaba con vosotros

en santa y buena paz

bajo la espesa sombra

del bosque secular.

Soy el hermano errante

que tal vez no esperáis,

el mismo compañero

de aquella hermosa edad

de tantas ilusiones

que ya no volverán.

Miradme... en tantos años

de ausencia y de penar,

á fuerza de dolores

y de incurable mal

mi negra cabellera

comienza á blanquear,

mi helada frente arrugan

algunos surcos más

y acaso, amigos míos,

ya no me conozcáis.

Que queréis! con el tiempo

todo llega á cambiar,

y aunque traiga las huellas

del invierno en mi faz

yo siempre seré el mismo

de aquella hermosa edad

que no os olvida nunca,

que siempre os amará.

Abridme vuestra puerta,

dadme calor y pan

y en medio de vosotros

dadme el viejo lugar

que abandoné llorando

siglos y siglos ha.

Caros amigos míos,

vuestra lumbre atizad

porque traigo en el alma

fría noche invernal;

abridme vuestros brazos,

dadme consuelo y paz

y aquí, junto a vosotros,

dejadme descansar.


A mi padre en su cumpleaños


Debo, padre, decirte lo que siento,

Es rudo mi lenguaje y es sincero;

Tú sabes que á tu lado estoy contento,

Sabes que te respeto y que te quiero.

¡Cómo no te ha de amar el alma mía

Si todo lo que tengo me lo has dado!

Me diste un porvenir que no tenía,

Me enseñaste á vivir como hombre honrado.

Tú me enseñaste á amar, dando el ejemplo,

las virtudes que endulzan la existencia,

A venerar, en sacrosanto templo

Todo lo que enaltece á la conciencia.

“Sé bueno, me dijiste, no mancilles

El nombre que te dejo, esa es tu gloria,

Siempre ten dignidad, jamás te humilles

Y que solo nobleza sea tu historia

Ama á mis hijos como á ti te quiero,

Vela por ellos como buen hermano:

Yo los cuido también… si acaso muero

Tú seguirás la obra en que me afano.

La santa caridad debe encontrarte,

Protege al desgraciado y al mendigo;

Piensa que tú también puedes quedarte

Alguna vez sin pan y sin abrigo.

Que jamás te deslumbre la riqueza;

Con todo el trabajo se ha alcanzado;

Preferible es mil veces la pobreza

Al oro que de infamia se ha manchado.

Recuerda que los nobles corazones

Odiaron siempre la maldad y el vicio,

Si desbordas sin freno tus pasiones

caerás en insondable precipicio.

No deshonres á nadie, que tus labios

Dejen para el infame esos alardes;

Perdona las ofensas, los agravios

Porque solo se vengan los cobardes.

Siempre debes decir lo que se siente,

Sin esbozo ninguno y con franqueza

Y con respeto descubrir tu frente

Donde quiera que encuentres la grandeza.

El hipócrita vive de congojas

Y arrastra una existencia miserable;

No debes adular porque recojas

De pan algún pedazo despreciable.

Debes creer en Dios, al que no cree

Todos los miran con horror profundo;

Dios en el fondo de las almas lee

Y protege á los buenos en el mundo”.

Ama el suelo bendito en que naciste

Que el amor a la patria es noble y santo,

Muere por ella si luchar la viste

Y de su pabellón forma tu manto.

Y después de la patria… tú conoces

Quiénes te cuidan con afán prolijo,

Quienes cifran en ti todos sus goces…

¡Tú los debes amar si eres buen hijo!”.

Esos santos consejos, tu bien viste

Que nunca están con mi conducta en guerra;

No cambio esos tesoros que me diste

Por todas las grandezas de la tierra.

Jamás podré pagar lo que te debo:

Me diste el corazón, me hiciste hombre,

Mas te conformas con saber que llevo

Sin mancha alguna tu sagrado nombre.

Yo conozco muy bien lo que deseas,

En dónde tienes tus ideales fijos;

Tú sólo te conformas con que veas

Nobles y buenos tus amados hijos.

Y al fin verás tu afán recompensado,

¡Cómo ibas á vivir de desengaños!

Te respetan tus hijos, padre amado,

Y quieren abrazarte en tu cumpleaños.


¡Muerta!


Como fugaz exhalación pasaste

Por mi cielo sin luz y sin rumores,

Y, al hundirte en las sombras, me dejaste

Deslumbrado con tantos esplendores.

Eres una ilusión desvanecida

Inspiradora de mi fe secreta,

El más grato recuerdo de mi vida,

Un delirio sin nombre de poeta!.

Y aquí me tienes olvidado y solo

Arrullándote en versos funerales:

Vivo como los náufragos del polo

Pensando en mis auroras boreales.

Así, llorando, por tu amor y el mío

Paso las horas silencioso y triste…

¡Fue tu desdén calculador y frio

Y en la mitad del corazón me heriste!

Hoy, cuando paso junto a ti, comprendo

Que la vieja pasión llama a mi puerta,

Y me separo con pesar, diciendo:

¡Qué hermosa estás desde que vives muerta!


El Mendigo


Ocultando su mal, lo vi delante,

Hollar las calles con la planta incierta,

Y con voz temblorosa y vergonzante,

Llamar de puerta en puerta.

Cubierto en partes por informe velo

De repugnante y asqueroso andrajo,

Como el que nada ha de esperar del cielo,

Miraba siempre abajo.

Al verlo caminar como el que piensa

Si su fatiga acabará mañana,

Parecía llevar la carga inmensa

De la desdicha humana.

Y al mirarle el semblante que ocultaba,

Por las vigilias y el dolor provecto,

Afecciones ignotas despertaba

Aquel ser tan abyecto.

Llamando al corazón del noble y bueno,

Del que se llama en la desgracia hermano,

En cada puerta del hogar ajeno

Alargaba la mano.

Con las mismas palabras refería

Su (La) triste historia de amor desierta,

Y una voz á sus ruegos respondía:

¡Pasad á la otra puerta!

Y con duelos y sombras en el alma

Lo vi seguir su pesaroso viaje

Y confundirse en el vaivén sin calma

Del humano oleaje.

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Hoy, cuando llega con su triste corte

La estación invernal que al llanto mueve,

Y sopla el viento funeral del norte

Y hay sudarios de nieve;

Cuando hay nublados de glacial reflejo

Y largas noches de borrasca y frio,

Digo, pensando en el endeble viejo,

¡Qué triste invierno pasará, Dios mío!


Los trabajadores del bosque

A Fausto Moguel

I


No se me borra esa impresión grandiosa:

En medio de la selva gigantesca

Y á la luz indecisa de la roza

Vi la escena dantesca.

Al pie de aquellos árboles copudos

Como negros fantasmas se agitaban

Los atletas desnudos

Que ardorosos se erguían ó encorvaban,

Mientras que, presas en sus puños rudos,

Las hachas, cuál relámpagos, brillaban.

¡Con qué rabia el acero

se clavaba en el tronco endurecido,

Y á cada golpe fiero

Cómo el cedro orgulloso y altanero

Lanzaba hondo gemido!

El furor de las hachas relumbrantes

Se aumentaba á medida del bochorno,

Y templaban los mozos jadeantes

Aquel ambiente de horno

Haciendo que llovieran en su torno

Granizadas de astillas crepitantes;

Y cuando algún coloso vacilaba

Y por fin con estruendo se abatía,

Agria y desconcertada gritería

Una nube de pájaros formaba

Por el nido deshecho que caía! .....

Mientras tanto, el hachazo

Se escuchaba otra vez, violento y seco,

Resonando el bosque en el regazo

Repercutido siempre por el eco;

Y siempre, siempre con la misma saña

El acero vibrante

Se encarnizaba con la dura entraña,

Y al rodar por el suelo algún gigante

Pavorosa temblaba la montaña.....

Y otra vez la estridente algarabía

Se formaba en la altura,

Y por la brecha enorme se abría

Una explosión de luz y de alegría

Llegaba al fondo de la roza obscura!


II


Después, á los postreros resplandores

Del mismo ardiente sol que con asombro

Los miró resistir á sus calores,

Se alejaban aquellos gladiadores

Cantando alegres con el hacha al hombro.

Por el fulgor crepuscular heridos

En la falda del cerro blanqueaban

Del pobre hogar los agrupados nidos,

Y allá, en los claros que á la selva hollaban,

Destrozados quedaban

Los revueltos montones de vencidos!


El poeta


Tiene la aurora suaves colores,

Lágrimas puras las blancas flores,

El aire lleva fragancia y luz;

Doradas gazas ornan la tierra,

Perlas y espumas el mar encierra,

Brillantes nubes el cielo azul.

Mis versos guardan

En urnas de oro

Rico tesoro

De inmenso amor;

Porque es hermosa

Mi vida inquieta,

¡Porque el poeta

me llamo yo!


Las golondrinas de raudo vuelo

En espirales llegan al cielo

Cruzando alegres la inmensidad;

Suspiros lleva la brisa errante

Y con eterno rumor vibrante

Surcan las ondas del ancho mar.

Y el alma mía

viaja al acaso

Y va á su paso

Llevando amor;

Porque es hermosa

Mi vida inquieta,

¡Porque el poeta

me llamo yo!


Las aves duermen entre las hojas

Y sin pesares y sin congojas

Solas y quietas viven así;

Forman los nidos con su plumaje,

Y siempre ocultas en el ramaje

Cantando amores duermen allí.

Y yo en hogares

De blancos lirios

Con mis delirios

De ardiente amor;

Porque es hermosa

mi vida inquieta

¡Porque el poeta

me llamo yo!

Ama el jilguero la selva umbría

Y las alondras la luz del día

Y la gaviotas la tempestad;

Aman las flores las mariposas

Y sus perfumes las níveas rosas

Y las violetas la oscuridad.

Yo amo un fantasma

De luz formado

Que me ha brindado

Su ardiente amor;

Porque es hermosa

Mi vida inquieta,

¡Porque el poeta

Me llamo yo!


Yo siempre busco luces y galas

Inmensidades para mis alas,

Ver el espacio si tiene fin;

Llevo mis flores a las alturas

Y siempre busco regiones puras…

¡Soy de otros mundos, no soy de aquí!

Llevo á mi paso

Urnas de oro

Con su tesoro

De inmenso amor;

Porque es hermosa

Mi vida inquieta,

¡Porque el poeta

me llamo yo!


Un sueño


Soñé que al fin tu corazón latía;

Que al fin me amabas como yo te amaba;

Que en tu caliente seno, vida mía,

Mi fatigada frente reclinaba.

Soñé un mundo de amor y de delicias,

Donde aspiré, como en hermosas flores,

El aura embriagador de tus caricias...

¡Es tan ingrato soñar con tus amores!

Loco mi pobre corazón amante

Sintió el calor de juventud perdida;

Gocé tanto, mi bien, en ese instante

Que bendije lo hermoso de mi vida.

Soñé una dicha delirante, loca,

Que tu amor me embriagaba hasta el exceso;

Que acercaba mis labios á tu boca

Y temblando de amor, te daba un beso.

Evoqué mis marchitas ilusiones,

Toda la fe que al adorarte siento;

Que unimos en un ser los corazones,

Que confundí mi aliento con tu aliento.

Que yo apretaba contra el pecho mío

El tierno y palpitante de mi amada....

Después!... después, al despertar sombrío…

¡Estrechaba en mis brazos una almohada!


En el teatro


¡Qué hermosa estabas en el teatro anoche!

Entreabierto el vestido que te escuda

Eras la rosa que rompió su broche

Para quedar á plena luz, desnuda.

Te vi, sumido en abstracciones hondas

De las que solo tu mirar me arranca,

Surgiendo descarada de tus blondas

Como otra Venus de la espuma blanca.

Contemplé tu garganta cimbradora

Con la que siempre mi pasión asedias,

Tu negra cabellera onduladora,

Tu hinchado seno descubierto á medias.

Tu hombro tallado por artista griego,

Tu brazo escultural hecho de nieve,

Tus rojos labios como el mismo fuego,

Tu esbelto talle que á estrecharlo mueve.

¡Qué hermosa estabas como nueva Gracia

Entre oleadas de luz y de perfume,

Despertando un amor que no se sacia,

Que en anhelos sin nombre se consume!

Al mirarte en tu palco tan radiosa,

Envuelta en claridades de alboradas,

Con tus formas espléndidas de Diosa,

Siendo blanco de todas las miradas;

Yo que te adoro entre la sombra oculto,

Dulce objetos de todos mis desvelos,

Viendo á la luz lo que formó mi culto

―Perdona que lo diga― ¡tuve celos!

¿No te sentiste de vergüenza roja

Cuando, llevando tan audaz escote,

Escuchaste con íntima congoja

Torpe lisonja y flagelante mote?

¿No sintieron tus carnes de alabastro

Bocanadas de fuego, por ventura?

No te ha quedado el asqueroso rastro

De tantos ojos de mirada impura

¿Cuando agitaste el abanico inquieto

Para que nadie tus pudores vea,

Fue por que al descubrir tanto secreto

De rubor tu mejilla se caldea?

¿A qué viene ese afán de profanarte,

De estar contigo misma en cruda guerra,

Cuando no necesitas desnudarte

Para ser la más bella de la tierra?

Si quieres conservar limpio el tesoro

Que hoy el vulgo sensual te mancha y roba,

Tiene la castidad su llave de oro

Para el tibio recinto de tu alcoba.

Cuando la dejes por descuido abierta,

Para no parecer hondos agravios

Un ángel rubio cuidará tu puerta

Con el índice puesto entre los labios.

Allí, arropada en vaporosas nubes

Despliega sin temor tus níveas galas,

Y cuando te adormezcas, los querubes

Bajarán á arrullarte con sus alas.

Oculta y sola bajo tu albo broche

Se posarán sobre tus hombros tersos,

En vez del cieno que sentiste anoche,

Las caricias aladas de mis versos.

No sentirán tus carnes de alabastro

Bocanadas de fuego calcinantes,

Ni tus mejillas llevarán el rastro

De tus rojos pudores vergonzantes.

Y yo que formo de tu nombre un culto,

Dulce objeto de todos mis desvelos,

Al adorarte entre la sombra oculto

Jamás tendré de los querubes celos!


Por el arte


¡Cuán hermosa es la muerta! Exuberante

Su desnudez sobre la losa brilla,

Yo la contemplo pálido y jadeante

Y tiembla entre mis manos la cuchilla.

El profesor, que la ocasión bendice

De poder explicar algo muy bueno,

A mí se me acerca y con placer me dice:

―Hágale usted la amputación del seno.

Yo que siempre guardé por la belleza

Fanatismos de pobre enamorado,

―Perdonadme ―le dije con tristeza―

Pero esa operación se me ha olvidado.

Se burlaron de mí los compañeros,

Ganó una falla mi lección concisa,

Vi en la faz del maestro surcos fieros

Y en la faz de la muerta una sonrisa!


El toro salvaje

I


“Mi buena madre, en prenda

De su amor tan profundo como cierto,

Cuando entré de esta vida en la contienda,

Abandonó las pampas de la hacienda

Y se vino al desierto.

Aquí, bajo la selvas ignoradas,

Sus ubres dilatadas,

Libres de ese tributo vergonzoso

Que la ordeña las deja miserables,

Exprimieron su néctar delicioso

En mis belfos sedientos é insaciables

Lleno de vida respiré este ambiente

Donde el hombre raquítico se ahoga,

Soy audaz, soy valiente,

Jamás el polvo se posó en mi frente

Ni en mi erguido testuz la infame soga.

Mi afán de rey á dominar aspira

Cuanto en mi vista en derredor abarca,

Y en fe de que mi aserto no es mentira

Nadie mis ancas mira

La ignominiosa huella de la marca;

Nadie ve en mis orejas el odioso

Rastro que deja la señal profunda,

Ni en mi cuello soberbio y musculoso

La infame cicatriz de la coyunda;

Y libre y soberano, sin el yugo

Que envilece á mis pobres compañeros,

No tengo más verdugo

Que mis instintos fieros”.


II


“En horas de quietud, cuando sofoca

El sol en cuanto forma mis gobiernos,

Me ocupo de afilar contra una roca

Mis acerados cuernos;

Y si queréis saber lo que yo haría

Con estas armas de que estoy ufano,

Que os lo cuente el jaguar que el otro día

Despanzurré de un golpe soberano.

El vino á desafiarme: silencioso

Rascaba un arenal con mis pezuñas

Cuando llegó traidor y cauteloso,

Dio el miserable un salto prodigioso

Y en las espaldas me clavó las uñas.

Mi instinto cruel de luchador se excita

Al sentir que su garra se me entierra,

Me sacudo con cólera inaudita

Y lo arrojo por tierra!

Y ciego le embestí, cuando el bandido

Quiso escapar de mi furor deshecho

Tenía en el vientre hundido

Hasta el remate mi pitón derecho!....


III


“Oh! si por un momento

En medio de la arena me encontrara

De ese circo sangriento

De que un buey, azorado y sin aliento,

Las horribles escenas me contara!


   Un solo, un solo instante

Para ganarme entonces bastaría

Los ¡hurras! de la turba delirante.

¡Con qué rabia infinita vengaría

la penas de los muertos compañeros,

Con qué saña en mis cuernos formaría

Sarta innoble y convulsa de toreros!

Y al mirar otra vez que nuevo brío

Lleva en cada embestida mi coraje,

¡Cómo iba á proclamar aquel gentío

Como ejemplo de indómito y bravío

A este toro salvaje!”


IV


“Una vez quise ver á mis hermanos

Que al hombre dan su denigrante ofrenda,

Y descendí á los llanos

Y á los abiertos campos de la hacienda;

Y los pobres esclavos en parvadas

Echaron a correr despavoridos

Cuando en aquellas pampas dilatadas

Resonaron triunfantes mis bramidos.

Llegaron los vaqueros; todavía

Me figuro escuchar los alaridos

De aquella sin igual carnicería:

Reculé algunos pasos, levantada

Llevaba entonces la cabeza fiera,

Y así que los medí con la mirada

Me doblegué, emprendiendo la carrera....

Ni siquiera el consuelo

De desatar las reatas alcanzaron,

A mi empuje violento, por el suelo

Los jinetes rodaron;

Y una vez entablada la batalla

No dejé satisfechos mis rencores,

Hasta que la canalla

El espacio aturdió con sus clamores...

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   Así que mis antojos vi cumplidos

Regresé a mis montañas

Trayendo entre las astas, retorcidos,

Los fragmentos de entrañas....”


V


“Aquí están mis dominios, aquí mi mando

Como rey absoluto,

Aquí están mis vasallos aguardando

La hora suprema del mortal tributo.

Aquí en las pequeñeces de la tierra

Lleno de intensa cólera medito,

Y una hermosa becerra

En la que toda mi afección se encierra

Me lame la cerviz mientras dormito;

Y libre y soberano, sin el yugo

Que envilece á mis pobres compañeros,

He llegado á imperar donde me plugo,

Sin tener por mi parte otro verdugo

Que mis instintos fieros!”


VI


Cuando así el toro alzado discurría,

Haciendo retemblar con su rugido

La selva que tranquilo recorría,

Con el rifle tendido

a lo lejos un hombre se veía.

Resonó una explosión que las montañas

Con formidable estruendo repitieron,

Y las bravas hazañas

Del tirano del bosque concluyeron.


La Zandunga


Cuando en la calma de la noche quieta

Triste y doliente la Zandunga gime,

Un suspiro en mi pecho se reprime

Y siento de llorar ansia secreta.

¡Cómo en notas sentidas interpreta

Esta angustia infinita que me oprime!

¡El que escribió esa música sublime

Fue un gran compositor y un gran poeta!

Cuando se llegue el suspirado día

En que con dedo compasivo y yerto

Cierre por fin mis ojos la agonía,

La Zandunga tocad, Sino despierto

Al quejoso rumor de esa armonía,

Dejadme descansar que estaré muerto!....


Pinceladas

I


Parece que, suspenso en su carrera,

Quedose el sol en el cenit clavado,

Sigue el agua su curso fatigado

Y la arena del margen reverbera.

En el bosque cercano desespera

El silencio de muerte que ha reinado,

Y apenas se oye el canto desolado

De la torcaz medrosa y plañidera.

Salta un ciervo: á los vientos interroga,

Hunde sus secas fauces con anhelo

En la corriente que su sed ahoga;

Asustada una garza tiende el vuelo

Y como nube solitaria boga

Por el azul espléndido del cielo.


II


Orando acaso por el ser que adora,

imagen muda del dolor sombrío,

El funerario sauce sobre el río

Cuelga su cabellera protectora.

Tenaz conserva su actitud traidora

Un martín pescador, hosco y bravío,

Y al parecer, durmiéndose de hastío

Está en la rama que se inclina y llora.

Por fin en el remanso un pez blanquea,

Rápido se derrumba de repente

Y el agua con violencia chapotea;

Vuelve á posarse en el sauz doliente.

Y parece, al bañarse en luz febea,

Que llevara en el pico una ascua ardiente.


La marimba

I


¡Pobre y triste marimba! rudo instrumento

Que en apacibles horas mandas al viento

Las notas fugitivas de tu teclado,

¿Quién hasta ahora, dime, quién te ha cantado?

Nadie ¡Pobre marimba! nadie en el mundo

Porque todos te guardan desdén profundo;

Porque el tosco engranaje de tu estructura,

No forja la cadena flexible y pura

Que ensortijada y hábil y culta mano

En salones suntuosos arrancan al piano;

Porque apenas balbutes, si estás de fiesta

El vals que cadencioso lanza la orquesta,

Porque tus misteriosas voces dolientes

Los anhelos traducen de humildes gentes,

Porque el númen te ha dado que en ti se encierra

Apartada y distante y obscura tierra…


Y es por eso que, oculta siempre en la sombra,

Sólo ¡Pobre marimba! sólo te nombra,

En tardes esplendentes, el alma buena

Que fatigada vuelve de la faena;

Sólo en noches tranquilas de clara luna,

Cuando al pie de altas rejas buscas fortuna,

Cabecitas inquietas te oyen absortas

Porque á azules regiones tú las transportas,

Y al rumor de tus tristes quejas hurañas

Voluptuosas se cierran negras pestañas;

Sólo ¡Pobre marimba! sólo estos versos

Te consagran humildes cantos dispersos,

Ignoradas estrofas que nada valen,

Pero que desde el fondo del alma salen.


II


¡Cómo no he de adorarte si desde el día

En que el mundo me trajo la suerte impía

Tus ecos empapados de honda ternura

Han hecho llevadera mi desventura!

La luz que hirió mis ojos por vez primera

Llegó envuelta en tu dulce voz plañidera,

El ambiente más grato que he respirado

Fue por tus vibraciones purificado,

La primera caricia de mis oídos

Fue el arrullo doliente de tus gemidos…


Después, bajo anchurosos cielos brillantes,

Transcurrieron serenos, breves instantes,

Y ora cerca llorando, ora a distancia

Tu constante sollozo veló mi infancia;

Me siguió a todas partes con tal ternura

Que cuantas veces te oigo, se me figura

¡Pobre y triste marimba! que en tu teclado

Todo, todo lo que amo se halla encarnado;

Se me figura entonces que tú conoces

Mis hondos sentimientos, que tienen voces

Que a medida que al viento van emergiendo

Sólo á mí me las mandas que las comprendo…


III


Me cuentas, cuando esparces tus armonías,

Historias de otros tiempos y de otros días,

Me llevas, cuando escucho tus vibraciones,

A otros cielos distantes y a otras regiones,

Y conforme á mi alma llegan tus quejas

Parten mis pensamientos cual las abejas

A traer sus acopios de otros vergeles

Cuajados de recuerdo que son las mieles;

Y mientras que formulas tu dulce arrullo

Es un mundo el que adentro yo reconstruyo;

La hermosura del valle donde he nacido,

Los primeros afectos que yo he sentido,

La pureza radiante de mis paisanas

Que cortaron mis tristes flores tempranas,

Deslumbrantes auroras, tardes rientes

Cariñosas palabras de buenas gentes,

¡Tiempos de mis primeros castos amores,

Tiempos que ya se fueron, tiempos mejores!


IV


¡Cómo no he de adorarte si fue una tarde

Que de luces formaba pomposo alarde

Cuando, al son plañidero de tus querellas,

Aprisioné en mis manos dos manos bellas!

¡Cómo no ha de ser tuya la vida mía!

¡Pobre y triste marimba! si fue ese día

Que merced al encanto de tus rumores,

Hablé por vez primera de mis amores!

Me llegaban tus voces tan doloridas

Que hallé para mis penas quejas sentidas;

Conforme al viento daba tus notas puras,

Murmuraban mis labios muchas ternuras,

Y conocí con honda dicha secreta

Que esa vez mi lenguaje fue de poeta

Porque hicieron mis frases brotar tranquilas

Dos lágrimas brillantes de dos pupilas!...


V


Otras veces el eco de tus plegarias,

Mis ojos se deslumbran con luminaria

Y a mis oídos llegan, amortiguados,

Rumores cadenciosos de zapateados;

Miro envuelto en polvo los corredores

Que los amos bañaron de resplandores

Y allí bailando alegre, la gente buena

Que fatigada vuelve de la faena;

Mientras que, entre la sombra que no importuna

Siempre ¡Pobre marimba! por tu fortuna

Cabecitas inquietas te oyen absortas

Porque á azules regiones tú las transportas;

Y siempre dominando con tus gemidos

Tantos confusos ecos, tantos ruidos,

Sin tregua ni descanso se alzan tus voces

Porque sabes que colmas sencillos goces,

Hasta que acongojados de ese martirio,

Fugitivo y sonoro lanzas el Quirio.


VI


Después me representa tu acento al lado

Muchas escenas que has celebrado:

Las hermosas de fresca risa argentina

Que, en los instantes en que el sol declina

Y agrupadas á orillas del manso río,

El cántaro sediento, rojo y vacío,

Colman con rumorosos chorros de plata

Tarareando en concierto tu serenata;

Los negros que á las selvas llegan desnudos

Y oprimiendo en sus puños toscos y rudos

Las hachas relumbrantes que al sol provocan

Siegan bosques frondosos que al cielo tocan:

Los vaqueros que asoman, firme y escueta

Sobre los miradores su hosca silueta.

Y poblando los aires con su voceo

Que tenaz y paciente llama al rodeo,

Ora doman los lomos del potro airado

Ora el testuz erguido del toro alzado;

Las fiestas tumultuosas, las tamaladas,

Las tardes en rojiza llama incendiadas

Que son tras la miseria y el infortunio,

Gratas anunciadoras del mes de junio;

Las lluvias tempraneras que en son de fiestas

Organizan de truenos vibrantes orquestas,

El torrente espumoso que ruje y brama

Cuando la nube negra se desparrama,

El aire humedecido que libre yerra

Con los rumores todos que hay e la tierra,

Que perfumado pasa porque su broche

Entreabrió pudorosa huele de noche;

El ramaje florido que miel exhala

Cuando rauda y vibrante lo hiere una ala,

Los pájaros que cantan sus esponsales

Cruzando por llanuras y por maizales,

Los ocotes de altivo penacho de oro

Que á los cielos elevan himno sonoro…

Todo ¡Pobre marimba! todo este mundo

Que encerró para siempre mi amor profundo,

Por arte misterioso lo hallo encarnado

En las notas dolientes de tu teclado,

Y como á veces pienso que lo conoces

Me apartas cuando lloras ocultas voces.


VII


Y en la ermita cuajada de resplandores

¡Cuántas veces tus sacros, graves rumores,

Me encontraron inmóvil y de rodillas,

Con lágrimas gloriosas en las mejillas!


El incienso oloroso que en lo alto flota

Vacilante y sin rumbo como ala rota,

La confusión de voces incierta y varia

Que balbuce la misma lenta plegaria,

El altar revestido de casta albura,

La lengua incomprensible que dice el cura,

La campana que alegre repica á vuelo,

Los cohetes que escalan raudos el cielo,

Mientras que sin reposo tu eco apagado

Envuelve entre sus hondas el alabado…


Todo esto por sencilla, fácil cadena

A mi memoria enlaza la madre buena,

Me transporta á las tardes esplendorosas

En que el altar ornaba de frescas rosas,

É implorando á la virgen con dulces ojos

Me colocaba ante ella puesto de hinojos;

Me transportaba a las noches largas y frías

En que oyendo de lejos tus armonías

Su regazo buscaba medroso, inerme,

Y ella me acariciaba diciendo −¡Duerme!−.


VIII


Más tarde transcurrieron brumosos años

De vagar bajo obscuros cielos extraños,

Y al buscar la memoria la patria ausente

Siempre ¡Pobre marimba! tu voz doliente

Á todos mis recuerdos los perseguía

Con enferma y extraña monotonía;

La hermosura del valle donde han nacido,

Los primeros afectos que yo he sentido, á

La pureza radiante de mis paisanas,

Que cortaron mis tristes flores tempranas,

Deslumbrantes auroras, tardes rientes,

Cariñosas palabras de buenas gentes,

¡todo aqueste cortejo de mis amores

Lo bañabas sin tregua con tus rumores!


IX


¡Oh, Dios excelso y bueno! ¡Oh, Dios clemente!

Acoge bondadoso mi ruego ardiente

De que entierren mi humilde cuerpo aterido

En el valle entierren mi humilde cuerpo aterido

En el valle de flores donde he nacido!

Y al llegar ese hermoso, deseado día,

¡Pobre y triste marimba! que tu armonía

Desparrame las hondas de su ternura

En el lugar que guarde mi sepultura!