Volumen IX, NĂºmero 22. Junio - Septiembre 2020

Número 23, vol. X. Junio - Septiembre 2020

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Formación y desarrollo de los partidos políticos tradicionales en México. Una aproximación crítica

Alberto Zuart Garduño alberto.zuart@iij-unach.mx Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Autónoma de Chiapas


Introducción

Desde la concepción de la nación mexicana, la ciudadanía electoral de México ha liberado su estrés político, tranquilizando sus tensiones en la formación y organización de grupos políticos, esto con la intención de participar en la lucha por el poder, pues a partir de que "la Corona Española cesó su soberanía sobre el territorio de la Nueva España, los ajustes estructurales y de los instrumentos normativos, originados por el tránsito entre la Monarquía y la República, provocó una lucha incesante entre pares por llenar los espacios de poder, ganados por la Guerra de Independencia" (Romero, 2016).

Como era de esperarse, uno de los principales objetivos era la generación y profesionalización de los espacios políticos y civiles de participación, que también atendieran de manera puntual y con la mayor eficiencia posible las demandas e inquietudes generadas por la naciente ciudadanía política mexicana.

Dicha combinación, de factores y circunstancias, arrojó como resultado la formación y consolidación de dos grandes grupos de masones (asociación universalmente extendida, originalmente secreta, cuyos miembros forman una hermandad iniciática y jerarquizada, organizada en logias, de ideología racionalista y carácter filantrópico [RAE, 2014]). Las organizaciones políticas referidas son el primer antecedente registrado en relación con el nacimiento de los partidos políticos en México.

Este suceso puede ser entendido como el triunfo de la primera batalla en la búsqueda de conquistar la mejor forma de gobierno, que permitiera a una organización enfrentar la complejidad y el cambio. Es decir, la democracia, esa forma de gobierno en donde se debe apostar por la pluralidad y diversidad de corrientes, por el respeto de cada una de las fuerzas políticas, y en donde, de manera indiscutible, los actores con mayor protagonismo siguen siendo los partidos.

Los grupos masones desarrollaron dos distintas corrientes de pensamiento: el "Rito Escocés" y el "Rito Yorkino". Los principios que dirigían el actuar de los miembros del llamado "Rito Escocés" estaban asociados a posturas discursivas que defendían a las instituciones monárquicas, también apoyaban la conservación de los fueros económicos y utilizaban como bandera al centralismo político. Por el contrario, los partidarios del denominado "Rito Yorkino" luchaban por la autonomía política y económica, así como por la defensa del modelo democrático.

Cabe mencionar que la incursión, en cualquiera de estas dos logias, estaba fuertemente relacionada con el cumplimiento de algunas prácticas rituales relacionadas con la filosofía, el esoterismo y la elocuencia, pero, sobre todo, con la búsqueda de la mejora personal de cada uno de sus miembros. Asimismo, "algunos historiadores coinciden en que el pertenecer a alguno de estos ritos era condición básica para participar en la política nacional" (Navarro, 2013). La suma del binomio de estas dos logias dio como resultado la consolidación de los primeros partidos políticos con registro formal en México: el Partido Liberal y el Partido Conservador, que más tarde evolucionarían políticamente a lo que se conoció como Centralistas y Federalistas. Posteriormente, se fue acentuando la figura del caudillo en el espacio político mexicano, revelando la esencia de los rasgos distintivos de las sociedades políticas latinoamericanas, porque como bien lo afirma Pedro Castro, en su ensayo El caudillismo en América Latina, ayer y hoy, "la Figura de los caudillos puebla la historia, la leyenda y el imaginario político latinoamericano" (Castro, 2007: 10). Además, en México "existe una larga tradición autoritaria, en la que se han combinado varias instituciones: el caciquismo prehispánico, el despotismo español de los tres siglos de colonización, así como el caudillismo militar que se prolongó prácticamente todo el siglo XIX y gran parte del XX" (López-Villafañe, 2005: 56).

En México, el estudio de los partidos políticos es escaso, sobre todo en aspectos como su funcionamiento interno, sus formas de socialización o sus orígenes. Las publicaciones han sido dominadas por cuestiones que abordan el Estado Posrevolucionario o las bases de apoyo al PRI y a la presidencia, así como sus mecanismos clientelares para ejercer su supremacía. Trabajos como La democracia en México (1965) de Pablo González Casanova, El sistema político mexicano (1972) de Daniel Cosío Villegas, El presidencialismo mexicano (1978) de José Carpizo, El Partido de la Revolución Institucionalizada (1982) de Luis Javier Garrido, La reforma interna y los conflictos en el PRI (1991) de Rogelio Hernández Rodríguez, El fin del sistema de partido hegemónico (1993) de Jacqueline Peschard, La tercera refundación del PRI (1993) de Jorge Alcocer, PRI: de la hegemonía revolucionaria a la dominación democrática (1994) y Urnas de Pandora: partidos políticos y elecciones en el Gobierno de Salinas (1995) de José Antonio Crespo, son sólo algunos ejemplos de la cuestión en comento.

Al respecto, Freidenberg explica que:

Quizá por la dificultad para estudiar estas organizaciones en un sistema no competitivo y de características hegemónicas, como fuera el mexicano por más de setenta años, los politólogos descuidaron durante mucho tiempo el análisis partidista, tanto desde la perspectiva de la competencia electoral como desde la organización interna. Los trabajos que se hacían, se enfocaban en el Estado y estaban condicionados por la presencia del Partido Revolucionario Institucional (PRI) (2006: 279).

De ahí el surgimiento de uno de los dichos más representativos de la cultura política mexicana, expresado por el expresidente priista Carlos Salinas de Gortari: "el PRI es así porque así es México" (Sanguino, 2015).

El Partido Revolucionario Institucional ha sido, cada vez en menor medida, uno de los ejes centrales del sistema de partidos mexicano, una especie de espejo que refleja y domina la cultura política de esta nación.

Por nuestra parte, afirmamos que este fenómeno se verifica cada vez en menor medida puesto que:

Tras las reformas electorales de las décadas de 1980 y 1990, y las primeras elecciones competitivas de 2000, los estudiosos percibieron el cambio radical que se estaba gestando en el sistema de partidos y constataron que internamente los partidos eran organizaciones oligárquicas, cerradas, no incluyentes y con escasos espacios participativos, como cualquier otra organización partidista latinoamericana (Freidenberg, 2006: 280).

Esta metamorfosis en el sistema de partidos se puede observar con mayor claridad en los resultados de las ya citadas elecciones del 2000, principalmente en las del ámbito federal, en donde por primera vez el partido político que había permanecido en el poder perdió la presidencia de la República, porque hasta principios de 1990, la sociedad mexicana contaba con pobres opciones partidistas y todo el país estaba dominado por el Partido Revolucionario Institucional.

Quizás una de las relevantes aportaciones de este partido político -PRI- fue la atinada lectura del momento político por el que atravesaba la nación mexicana, ya que se convirtió en uno de los principales artesanos en la construcción de la cultura política de esta nación. También, al contar con el apoyo del sistema, supo descifrar el sentir de la sociedad, así como conocer sus preocupaciones, dando seguimiento a sus demandas, ya que:

Durante su período de hegemonía (...) la jerga política solía distinguir entre las demandas precisas, que podía ser absorbidas por el sistema de un modo transformistas, y lo que era denominado el paquete, es decir, un gran conjunto de demandas simultáneas presentadas como un todo unificado. Era sólo con estas últimas que el régimen no estaba preparado para negociar -generalmente respondía a ellas con una despiadada represión- (Laclau, 2005: 109).

El cada vez más frecuente uso de la "despiadada represión" provocó que se dispersara por todo el territorio nacional cierta afición a la implantación de un "nuevo" régimen autoritario; esto trajo consigo un creciente descontento social y una naciente polarización de la ciudadanía electoral mexicana. Los priistas, en su afán de imponer a toda costa las decisiones cupulares del partido en su actuar gubernamental, comenzaron a descuidar la atención de la clase media, ya que ésta no estaba contemplada en la lógica corporativa del régimen (Nateras, 2005: 264). Hay quienes afirman que este fue el punto de quiebre para el inicio de la operación cicatriz, la cual fue orquestada por un liderazgo social y empresarial que descansaba en la figura de Manuel Gómez Morín, un académico que mediante una asamblea constituyente, efectuada en el mes de enero del año 1939, fundó el Partido Acción Nacional (PAN, 2020).

El nuevo integrante del sistema de partidos de México "aceptó las reglas del juego político, sin cuestionar su funcionamiento, ni las bases normativas del sistema, contribuyendo así a su estabilidad y legitimidad" (Loaeza, 1981: 169). Esta disciplina política es parte de la esencia de Acción Nacional y pudiera tener sus cimientos en el tipo de partido que es, ya que "siguiendo la lógica de Duverger, el PAN nace como un partido de cuadros, pues su mismo fundador Manuel Gómez Morin lo formó con la idea de integrar un grupo selecto y permanente" (Nateras, 2005: 265). Un tipo de partido cuyas tesis fueron concebidas por personalidades notables, y en la mayoría de los casos, provenientes de sectores económicos acomodados que comulgaban con los ideales conservadores y la corriente demócrata cristiana, pertenecientes al espectro político de la derecha.

Hacer política tiene que ver con la conciliación de acuerdos y el PAN fue un alumno aplicado y aprendió la lección, supo desarrollar nuevas estrategias de cambio y conciliar intereses de sectores conservadores que no apoyaban el movimiento socialista que lideraba su contraparte en el Partido de la Revolución Mexicana, el general Lázaro Cárdenas del Río. Este actuar desembocó en un fortalecimiento del sector de la derecha mexicana, abonando a la profesionalización de la oposición en México.

En este contexto se verificó una coyuntura electoral en las elecciones presidenciales de 1988, donde diversas voces representadas por organizaciones socialistas y marxistas, así como por los candidatos del Frente Democrático Nacional (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, del Partido Acción Nacional (PAN), Manuel de Jesús Clouthier del Rincón, del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), María del Rosario Ybarra de la Garza, expresaron su malestar y desacuerdo con la forma en la cual se dieron a conocer los resultados de dicho proceso electoral.

Este acontecimiento es importante de señalar dado que, el Secretario de Gobernación de entonces (1982-1988), Manuel Barlett Díaz (UNAM, 1994), con la anuencia de la Comisión Federal Electoral (instancia encargada del conteo de votos) argumentó una falla en los instrumentos de conteo y declaró "una caída del sistema", que hasta antes de la citada falla daba ventaja al candidato del FDN sobre los demás contendientes, encuadrando en el imaginario social una manipulación del sistema para favorecer al candidato del Revolucionario Institucional y declararlo ganador de la contienda.

Este hecho, junto con la demanda de una apertura democrática real que contuviera los alcances del partido de Estado, se articularon en una férrea agitación social que dio como resultado el surgimiento del Partido de la Revolución Democrática:

Como expresión de la voluntad de una parte de la sociedad, el PRD se estructura para impulsar un proyecto alternativo de nación al autoritarismo del PRI. Surgido de una coyuntura en donde se implementó un gran fraude electoral que profundizó la crisis política del sistema que había surgido en 1968 y que lentamente creció a través de los años. Con el surgimiento del PRD se vislumbra la democracia como el régimen que permitirá alcanzar una sociedad más justa e igualitaria (PRD, n.d.: 1).

El desarrollo del PRD ha estado acompañado de componentes que buscan como fin único el enfrentamiento en contra del régimen para crear otro. A través de los años, sus principales líneas discursivas se han nutrido de cuestiones que envuelven a la crítica del gobierno en turno, capitalizando con creces el descontento social, quizá porque hasta ahora no ha ocupado la máxima posición política de la nación mexicana.

El punto de quiebre que hemos abordado en líneas anteriores, la derrota del partido hegemónico en las elecciones presidenciales de 2000 y la consolidación de nuevas fuerzas políticas (PAN y PRD) con posibilidades reales de ganar elecciones, así como los cambios por los que ha transitado el sistema de partidos en los últimos años y las turbulencias de las que ha sido objeto, sustentadas en un creciente déficit de confianza hacia los partidos políticos mexicanos, son preocupaciones suficientes que nos comprometieron a ofrecer una propuesta, desde una mirada distinta, al estudio de los partidos políticos en México.

Referencias

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